martes, 25 de marzo de 2014

Berzosa de los Hidalgos: LA MORA DE LA FUENTE (IV). Romance de " El Hidalgo Berzoseño"




ROMANCE

"EL HIDALGO BERZOSEÑO"

(JLR)



En el reino de Castilla
Alfonso Octavo reinaba,
al que también se le dice
el Noble, y el de las Navas.
Contra los moros había
luchado en muchas batallas
y al sur de Sierra Morena
ya las fronteras estaban.
Mas vienen los almohades,
que es tribu mora y fanática,
y quieren reconquistar
todas las tierras cristianas.
Por eso el rey castellano
prepara una gran batalla
que les quebrante el poder
y los devuelva hasta el África.
Ayuda pide a su reino
y a los otros de la España.
Y hasta el papa la bendice
como guerra de cruzada.
De Europa vienen guerreros,
mas viendo que no hay ganancia,
que han de respetar las leyes
y que el calor los aplana,
dan la vuelta a sus caballos
y se van para sus casas…

             *******

 Las ciudades de Castilla
a milicias convocaban:
caballeros y villanos
y otras gentes muy variadas
acudían presurosos
al servicio de las armas.
El concejo de Palencia
prepara las sus mesnadas:
su obispo don Tello Téllez
es quien las dirige y manda,
y son sus propios alcaides
los que admiten y contratan.

En esto llega un jinete
con su caballo y sus armas:
- Si para luchar al moro
se forman estas mesnadas,
en ellas me enrolaré,
que sé manejar espada.
Lucharé contra los moros
aunque muera en la batalla,
pues ellos antes mataron
mi corazón y mi alma.
La justicia que yo quiero,
ha de darse en la batalla,
que un hijodalgo no debe
tomar por sí la venganza.
Y el alcaide, que se admira,
de esta suerte contestaba:
-  No debemos renunciar
ni a tu esfuerzo ni a tu espada.
Date ya por admitido:
eres ya de estas mesnadas.
Y, por cumplir, le pregunta
quién es y cómo se llama.
- Mi nombre dice muy poco
y carece de importancia:
soy hidalgo y berzoseño.
Es suficiente y me basta.
Desde entonces todo el mundo
el Berzoseño le llama.
El obispo Tello Téllez
bendice a aquellas mesnadas,
y, luego, se pone al frente
y las precede en la marcha…

********** 

Hace días que el ejército
del rey Alfonso está en marcha
y se van uniendo a él
el resto de las mesnadas.
Hacia las tierras del sur,
rápido cruza la Mancha.
Al pie de Sierra Morena
se dan pequeñas batallas,
se conquistan los castillos,
se hacen muchas algarada,
mas son episodios breves
y no de mucha importancia
para asegurar caminos,
y soldados y mesnadas
que aprendan cómo se lucha
y sepan qué es la batalla.

Los ejércitos cristianos
de noche la Sierra pasan
y al amanecer del día
se presentan en las Navas.
Miramamolín, el moro,
esperándoles estaba:
el mejor sitio tenía
y los altos dominaba;
sus fuerzas eran mayores
de lo que eran las cristianas;
su real, inexpugnable;
las armas, bien afiladas:
creían en la victoria
y la veían muy clara…
Los cristianos se colocan
en su orden de batalla.
El rey Alfonso, en el centro,
pero ocupando la zaga.
Le acompañan sus obispos
al frente de sus mesnadas
dispuestas para la lucha 
dónde y cuándo precisaran.

Chirimías y tambores
a la pelea ya llaman;
las trompetas y timbales
con fuerza les contestaban;
nubes de flechas y dardos
atraviesan la mañana
y en los escudos, en tierra
o en los soldados se clavan;
los caballeros sujetan
a sus caballos que piafan,
y los soldados de a pie
luchan a espada o a lanza…
Cuando unos retroceden,
son los otros los que avanzan;
mas, luego, hacia el otro lado
se ladea la balanza…
La muerte se enseñorea
de los campos de la Nava:
los arroyos bajan rojos
de la sangre derramada;
la tierra es un barrizal
y con sangre está amasada…;
gritos de lucha resuenan,
ayes el aire llenaban…
Se hace presente el cansancio
según el tiempo se pasa;
y con él asoma el miedo,
que es muy mala mezcolanza:
la muerte triunfa en el campo
y hace perder la esperanza…
El rey de Castilla observa
que su centro se desmanda:
- ¡Es la hora de luchar
o morir en la batalla…!
-grita irritado a los suyos
señalando con la espada.
- ¡Es hora de la victoria…!,
responde el obispo Rada.
Pica espuelas el rey Noble
y entra en las filas cristianas
donde la lucha es más dura
y las líneas ya fallaban.
Obispos y caballeros
y los de aquellas mesnadas
que protegían al rey
y la ocasión esperaban,
al punto le siguen fieles
y entran en la batalla…
Los moros al rey cristiano
reconocen y señalan,

y enseguida lo rodean
sin darle tregua ni calma.
Un caballero cristiano
del peligro se percata
y con valor y coraje
junto al mismo rey se planta,
y los dos, codo con codo,
luchan, resisten, batallan…
Los que venían detrás
se abren paso con la espada
y luchan tan fieramente
que al enemigo avasallan:
el miedo se hace presente
en las filas musulmanas,
sus capitanes ya dudan,
los primeros dan la espalda,
los de atrás son arrollados
por los que huyen y marchan…
Los cristianos que lo ven
con brío mayor atacan:
no les dan tregua o cuartel
y sus líneas desbaratan…

Aquello marcó el principio
del fin de la gran batalla.

***********   

Cuando todo hubo acabado
y casi todo está en calma,
quiere saber el buen rey
quién era aquel que luchaba
junto a él cuando los moros
luchando le rodeaban
y a salir de aquel aprieto
tan valiente le ayudaba.
Y don Tello, el de Palencia,
le responde sin tardanza:
- Un hidalgo berzoseño
que está inscrito en mis mesnadas.
- Su nombre quiero saber
pues he de premiar la hazaña.
Y el obispo al rey explica
lo que de él se contaba:
- Todo el mundo el Berzoseño
le dice y así le llama.
Vino buscando justicia,
sin que fuese una venganza,
contra los moros que habían
asesinado a su amada…

Y después de oír la historia
que el obispo le contaba,
el rey decide premiar
tan heroica y fiel hazaña.
- Pues que hidalguía de sangre
la tiene por heredada,
la de privilegio el rey 
se la concede por gracia.
Y tierras en regalía
le doy para que su casa
se levante en el lugar,
y a su lado un pueblo nazca.
El escribiente redacte
el decreto que el rey manda.
De testigos fehacientes,
los que siempre lo hacen, hagan.

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