sábado, 25 de octubre de 2014

Historias de Micieces de Ojeda: DE PEDRISCOS Y LLUVIAS (I)

















DE PEDRISCOS Y LLUVIAS (I)

(JLR)


El clima propio de Micieces es el característico del tipo mediterráneo continental. Los inviernos son largos y fríos, con heladas frecuentes y abundantes precipitaciones. El verano, muy corto, es la estación seca, con temperaturas frescas debido a la cercana presencia de las montañas. Podría decirse que, en cuanto a clima, la comarca sigue las pautas del clima de la meseta castellana, pero suavizado por la mayor humedad y unos valores termométricos no tan extremos.

Micieces, como todos los pueblos de sus alrededores y la inmensa mayoría de los de Castilla, siempre ha sido pueblo agrícola, pegado a la tierra y que vive de ella. Por eso las gentes de estos pueblos tenían sus pies en la tierra, pero siempre su mirada estaba elevada al cielo para adivinar lo que de él le podía caer: sequía, lluvia o pedrisco, viento, frío o calor…. Y cuando venían mal dadas, seguían mirando al cielo, pidiéndole el remedio y la ayuda que no podían encontrar en la tierra.

Los miciecenses que nacimos en el segundo tercio del siglo pasado, y más todavía los que nacieron antes, solemos contar, y además es verdad, que los inviernos de ahora no son como los de antes: ahora casi no nieva, las crecidas del río son apenas, y muy pocas, semejantes a las de antes, las heladas no se le parecen a las de nuestros tiempos, las tormentas… ¡El clima va cambiando continuamente y, desde nuestra niñez, ha cambiado mucho!

Por aquel entonces había pocos medios técnicos, pero siempre había alguien que conocía el remedio oportuno para cada necesidad. Por ejemplo, la sequía: pues no había otro remedio que rogativas y rezos. Las tormentas, sobre todo esas que amenazaban las cosechas, se combatían con… el toque de la campana. Dicen que en la eremita de San Lorenzo había una muy buena, que tenía mucho poder contra las malas tormentas -yo creo que todas las tormentas son malas, ¿o no?-. Pues bastaba su sonido para ahuyentarlas de la cercanía y quitarlas su fuerza. El resto de las campanas del pueblo, las de la parroquia y la de la ermita de la Virgen de la Calle, no tenían tanto poder. ¿Dónde iría a parar aquella campana?  Alguien contaba que si habría ido a parar al monasterio de San Andrés de Arroyo, pero no, que la del monasterio tiene el certificado de su fundición de mucho antes de desaparecer la de San Lorenzo… 


                 










Ahora,


"…tu espadaña humilde, de tanto en tanto,
por el ojo vacío de campana,
los vientos gime con dolor de llanto
y sigue de la tarde a la mañana
bendiciendo los campos de sembrados
y la fuente que a tu vera agua mana."

("A la ermita de San Lorenzo de Micieces de Ojeda". José Luis Rodríguez Ibáñez)
















Otro de los remedios contras las tormentas, este para dentro de la propia casa, era la lámpara o vela del monumento. Todas las familias llevaban una vela o lámpara al monumento del Jueves Santo. Cuando se acababa la liturgia de monumento, se guardaba en casa: ¡había estado luciendo al Santísimo y algún poder tendría! Cuando amenazaba tormenta, se encendía dicha vela o lámpara como oración, aunque no se rezase nada. Y si no amainaba la tormenta, al menos calmaba los nervios de la gente.



Pues cuentan -y es cierto y verídico: todavía quedamos algunos que lo vimos y nos acordamos de aquello- que en tiempos pasados... Bueno, lo cierto es que un día, antes del verano, cuando las mieses estaban ya casi maduras, aparecieron unas nubes de esas feas-feas, negras-negras, amenazadoramente preñadas de piedra, el granizo...  Y al común de la gente le entró el temor, quizá el miedo, en el cuerpo. No era para menos: todo el año pendiente de la cosecha y se podía ir el garete en un momento… ¿Y el seguro agrario o de cosechas? ¿Y eso qué era?

Por aquellos años, no muchos antes, una nube descargó su piedra precisamente en el término municipal de Micieces. Y, curiosísimo: parece como si el pedrisco hubiera marcado las líneas límites de su término municipal, sin salirse de él. ¿Por qué? –se preguntaba la gente-. Pronto fue unánime la respuesta: aquel día coincidía con la fiesta de las santas Justa y Rufina -las fiestas de Payo, el 17 de julio-. Era tradición guardar fiesta en ese día, y este año se había trabajado -es que el verano estaba en su comienzo, y, como venía adelantado, estaría más que en su comienzo-. Pues el sentido religioso de la gente, de no poca gente del pueblo, lo explicó de una forma religiosa, temerosa y… bíblica:

¾¡Ha sido un castigo del cielo por haber trabajado en día de fiesta…! 
¿Y quién convence a nadie de que las bajas presiones, la ciclogénesis, las isobaras… tuvieron la culpa del pedrisco? Recuerdo que al año siguiente casi todos hicieron fiesta en el día de las santas Justa y Rufina. Seguro que muchos lo harían por un cierto temor, por eso de a lo mejor, o por un por si acaso


(Foto: Begoña Gutiérrez)
El caso es que en esta ocasión la gente miraba al cielo con preocupación, temor y desconfianza, No pocos entraron en la ermita para rezar: la ermita se llenó, desde luego. -Se trata de la ermita de la Virgen dela Calle, que está en el centro del pueblo-. En la ermita estaba en lugar preferente el estandarte del Corazón de Jesús -sería por su fiesta, por lo tanto era el mes de junio-. Y el cura que no venía a rezar con el pueblo... Tocaban la campana: decían que el toque de campana ahuyentaba los nublados... Y el cura sin venir: le habían avisado, pero dicen que dijo que los rezos no son para eso... Pues alguien, más decidido y constituido en autoridad popular -del pueblo o de la cofradía, o de las dos cosas- enarboló el estandarte del Sagrado Corazón y salió a la calle. Empezaba a llover con fuerza... Y el hombre venga mirar hacia el cielo y mover la cabeza en plan de disgusto...

¾¡Y que no me hace caso, ¿eh?!

 Y miraba a una parte y otra del cielo... Y repetía su frase cual oración:

¾¡Que no me hace caso, ¿eh?...!

Y otra vez mirada al cielo, y otra vez su frase y oración… Hasta que, al cabo de un rato, ya harto y mojado, dejó el estandarte en la calle:

¾Conque no me haces caso, ¿eh?, ¡pues ahí te quedas y te mojas...!

Y se marchó enfadado dejando el estandarte en plena calle. Alguna persona con otro tipo de piedad o de fe lo recogió para que no se estropeara…
 
Yo creo que se necesita fe, pero fe grande, para hacer lo que hizo aquel  hombre... 


(Foto: Begoña Gutiérrez)

(Foto: Begoña Gutiérrez)




Estas "historias de Micieces" son reales. Los nombres de los protagonistas y personajes no aparecen, pero la mayoría de los miciecenses les conocen. Y, de alguna manera, forman parte de la HISTORIA de Micieces.

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