lunes, 2 de octubre de 2017

Micieces de Ojeda. LAS CAMPANAS DE MICIECES (I).



MICIECES siempre presumió de tener campanas grandes, además de los campanillos y de las campanillas. En el habla miciecense hay diferencia entre unas y otros. Las campanas son grandes y están colocadas dentro del campanario. Los campanillos son campanas más pequeñas que también están, o estuvieron, colocados en el campanario parroquial, en sendas ventanas que dan al exterior, de dos en dos: una pareja de cara el pueblo, y la otra en el lado opuesto, es decir, de cara al cementerio. Y las campanillas son de tamaño similar a los campanillos, fueron dos y su sitio eran los vanos de las espadañas de las ermitas de la Virgen de la Calle y de la de San Lorenzo. Esto siempre fue así hasta que alguna campanilla y algún campanillo desaparecieron por razones que nadie sabe explicar y que deben de ser inexplicables y, desde luego, incomprensibles.  





LAS CAMPANAS DE MICIECES

Llamamos campanas a las grandes que están, que estaban, colocadas dentro de la torre
La "Campana Gorda" de Toledo.
 de la iglesia parroquial. Al menos antes, que ahora las han sacado a los huecos o vanos de la pared de la torre que mira hacia el pueblo. Hubo siempre dos campanas, y las dos eran grandes. Las actualmente existentes son más pequeñas, pero se las sigue llamando campanas. Una de aquellas de entonces, la más grande, nos parecía enorme, hasta tal punto que, cuando nos decían que la de Toledo era la mayor de España, nos imaginábamos que no podría ser mucho más grande que la nuestra. Y la nuestra era la más grande que habíamos visto en los campanarios de los pueblos vecinos. Seguro que la mirábamos con el orgullo de niño miciecense, vete tú a saber…
            Se cuenta que estas dos campanas se fundieron aquí mismo, en Micieces, en el Ruyal, en lo que hoy es la huerta de la Teya, y antes lo había sido de otros dueños. ¿Y por qué ahí, en ese preciso lugar? Pues sencillamente porque allí funcionaba una fragua y de esa forma se aprovechaban herramientas, útiles, aperos, quemadores de carbón, fuelles y demás cosas propias de una fragua. Hoy esta finca no tiene salida a la calle principal, pero por aquel entonces se entraba directamente desde la calle que va de la fuente al Cucuruto.

La huerta de la Teya (actualmente).
No es raro ni imposible hacer este tipo de fundición fuera de una fábrica, aunque sea más fácil hacerlo en un sitio preparado para ello. El arte de la fundición del bronce proviene de la prehistoria, y seguro que, al fundirlas aquí, se buscaba un ahorro de gastos en la materia prima, en el material productor del calor, en los moldes y, de seguro, en el personal técnico: había gentes, más o menos trashumantes, dedicadas a este tipo de trabajos que recorrían los pueblos ofreciendo y ejerciendo su profesión. Esto de la fundición de aquellas campanas de Micieces debió de suceder en la última década del siglo XIX o en la primera del XX.
            El caso es que en aquella finca del Ruyal se aprovecharon los quemadores de leña y carbón propios de la fragua, se cavaron dos hoyos y en ellos se construyeron los dos moldes de las futuras campanas hechos a base de la arcilla de los alrededores. La materia prima fue principalmente los restos de antiguas campanas desechadas ya por pequeñas o por rotas. Y a esto se le añadió la materia básica del bronce, cobre y estaño.  Desde la prehistoria se sabe que la composición del bronce en básicamente una aleación de cobre y estaño, pero los artesanos y fabricantes de campanas suelen guardar en secreto, cual si fuera un tesoro, que lo es para ellos, la proporción en las mezclas, así como los otros componentes que podían incluir en la aleación del bronce de sus campanas.

            Pues Micieces quería dos campanas más grandes que las que hasta ese entonces había habido en el campanario y, además, con un buen sonido. La Micipedia oral cuenta que los abuelos y los bisabuelos contaban… que los técnicos querían echar en la fundición plata porque decían que las campanas daban un sonido más limpio y claro. Científicamente es verdad que la plata en la aleación del bronce da una mejor sonoridad a la campana. Y las autoridades del pueblo pidieron a los miciecenses que contribuyeran con objetos de plata a la fundición de sus nuevas campanas. Y parece que consta que cada cual dio lo que pudo, y lo que pudo dar el pueblo no era otra cosa que los objetos de plata que tenía como bienes de familia: adornos femeninos, cuadros, monedas, medallas, rosarios… y similares, pero nunca en exceso porque no es que abundase la plata en el pueblo. El material se fundía en una especie de ollas especiales que traían los orfebres y se conseguían los grados de calor necesario con la leña del monte, roble y encina, con la que existía en aquella finca, olmos, que entonces abundaban en las linderas y alrededores −aún no había llegado la grafiosis a nuestras tierras− y con el carbón de piedra que procedía de las minas de allá arriba, de la zona de la montaña palentina. Hay que recordar que el bronce empieza a fundir a los 830º y que, por lo tanto, no era tan difícil conseguir la fusión. Y el pueblo colaboraba y ayudaba en todo lo que podía y los técnicos orfebres les indicaban. Así que aquellas campanas fueron realmente del pueblo porque el pueblo las hizo y cada cual contribuyó directamente a su fabricación.  
            Terminado el trabajo de fundición, allí mismo se les hicieron las mazas de madera de olmo, se les colocaron a cada una como contrapeso para poder voltearlas fácilmente, se las subió al campanario y se dieron los primeros toques de repique y de volteo… Y aquel día Micieces celebró una gran fiesta.

            Pues aquellas dos campanas, fundidas en Micieces, estuvieron en funcionamiento hasta la década de los sesenta (1960). Y tenían buen sonido y los miciecenses conocían por su sonido qué campana tocaba y lo diferenciaban de las campanas de otros pueblos.  
Un día cualquiera de esa década, la campana grande parece que perdió su bonita voz: empezaba a sonar a hierro viejo y oxidado. ¿Qué había pasado? Tenía una raja desde el borde hasta más allá de su media altura. Pero esa raja se iba agrandando cada vez que se la tocaba: ¡mejor no volverla a tocar y dejarla en paz! ¿Explicación?  Era muy sencilla para las mentes de los niños y de muchos mayores. Se dice que una noche de volteo de campanas −¿quizá la noche de Santa Brígida?− los mozos volteaban las campanas con tanto valor y entusiasmo que a uno de ellos, al que volteaba la campana grande, se le cayó la gorra y fue a parar al interior de la copa de esa campana: esto bastó para que se rajara. Siempre nos habían asegurado que, si algo caía dentro de una campana a la que se estaba volteando, esta se rompía, se rajaba… Efecto de las ondas sonoras, decían. A lo mejor nos lo decían para que no nos acercásemos a ellas cuando se volteaban por el peligro de que nos rompiese la crisma… El caso es que se dijo aquello de la boina caída dentro de la campana y no necesitamos más explicación. Es que las campanas no son eternas, el uso las raja y las rompe. El badajo golpea internamente, a veces con mucha fuerza, la pared de la campana y el broce no es un metal que resista lo indecible: es duro, pero relativamente frágil.

Ya no valía la pena tocar aquella campana rajada porque daba un sonido desagradable y lastimero y, además, se podía terminar de romper. La otra sí que seguía tocando y se la podía voltear y todo. Pero tocar las dos en conjunto era, al menos, un dolor de oídos. Y el toque de muertos, una pena.
            La autoridad competente, religiosa o civil, o ambas concordadas, decidió que había que solucionar el problema de las campanas y encargaron a una empresa de fundición unas nuevas. Y las antiguas, y quizá algún campanillo, se reutilizaron como materia prima y para aminorar gastos como pago en especie. Con el tiempo aparecieron dos campanas nuevas y relucientes, sin la pátina del tiempo, recién salidas de fábrica, más grandes que los campanillos, pero mucho más pequeñas que las antiguas campanas.

            Las vigas sobre las que habían estado asentadas tantos años las antiguas campanas, dentro del campanario, no perecían ya seguras y decidieron que lo mejor era sacarlas hacia fuera y colocarlas en los viejos huecos de los campanillos que daban al pueblo. Pero hubo que acondicionar aquellos vanos y hacerlos un poco mayores. Y ahí están, de cara al pueblo, en sus huecos que llegan al alero y se ensanchan un poco más que los antiguos. Y los otros dos campanillos emigraron al lado contrario, hacia el sur, mirando hacia el cementerio, que, en el decir antiguo, cuando se los tocaba era para que los de Berzosa se enterasen… Dentro del campanario ya no hay campanas y, como es ciertamente peligroso subir hasta el nivel donde estaban, se suelen tocar desde el suelo halando de una cuerda o cadena con la que, como están tan bien equilibradas, incluso se pueden voltear con facilidad.
(JLR)



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