miércoles, 1 de marzo de 2017

Micieces de Ojeda. Micicerías: HISTORIA DE UNA CACHAVA.






Mi padre era pastor.  Como todos los pastores, pasaba el día en el campo con las ovejas. Para los trabajadores del campo no existía eso de "horario laboral" ni de "días festivos". Y fabricaba su propia zamarra, sus polainas y su zurrón. ¡Y sus cachavas! Cuando hacía buen tiempo, le llevábamos la comida y comíamos con él. En esos momentos, y en las noches, nos contaba muchas historias de ovejas y lobos, de cosas del campo...¡y de cachavas! Esta historia se la escuché siendo yo niño. Un día, hablando con mi hermano, la recordamos y me dijo: 
- Te la voy a contar en verso.
Y me la contó. Tal como yo la sabía. Y le hice la pregunta que le había hecho a mi padre:
- ¿Quién fue el de la cachava?
Y me contestó lo mismo que mi padre:
- Quizá algún día te lo diré...
(ARI)



HISTORIA DE UNA CACHAVA
(JLR)

Ya las ovejas arriadas
bajo unas matas sestean
en el alto del Sestil
que cara da a valle y vega.
El pastor pasa su tiempo 
dola que dola madera.
Pero piensa que otra cosa
más útil hacer pudiera:
por ejemplo, una cachava
con su asta y con su vuelta.
Cuando por los campos ande
con su rebaño de ovejas,
buscará en matas y setos
varas de buena madera,
con suficiente grosor
y que sean casi rectas.
Los zalces, olmos y chopos
sabe que fácil se encuentran;
las de roble y las de encina
son duras y las desecha;
de los árboles frutales,
no hay que tocarlos siquiera;
sabe también de un espino
que nació en una lindera;
y conoce algunos fresnos
nacidos en la ribera
de un arroyo muy lejano,
que quedan como de muestra.
El fresno da buenas varas
y es de madera muy buena:
dura, flexible, agradable,
y de fácil obediencia.

Pues con la rama de fresno
a hacer cachavas empieza  
en el alto del Sestil
cuando el rebaño sestea.
El fuego ya ha preparado
bien recogido entre piedras.
A punto está la navaja,
y junto a él, unas cuerdas.
Ha limpiado ya la vara
de nudos, hojas e hijuelas,
y pela el palo bien mondo
quitándole la corteza.
Por el lado de la curva
hace una pequeña muesca:
es para atar ese extremo
a la parte larga y recta.
Al fuego la mete luego,
─no la quema, la calienta─,
y, apoyada en dos tocones,
muy suavemente la fuerza
para que coja la curva,
despacito y con paciencia.
Va calentando la vara
y va tensando la cuerda,
y el fresno entre los tocones
sobre sí mismo da vuelta.
Ha de hacerlo muy despacio,
con arte, amor y paciencia:
calor, tocones, doblar,
forzar y tensar la cuerda…
Y repetir tantas veces
cuantas necesarias sean.
Terminada esta labor,
entre los tocones queda
la cachava bien atada
hasta que la vara ceda
y nunca más se deforme
y nunca pierda la vuelta.


El rebaño cada día
en el Sestil no sestea
porque, al recorrer el campo,
tiene que arriar donde pueda.
Pasados, pues, unos días,
el pastor trae sus ovejas
hasta el alto del Sestil
al lugar donde sestea.
─¡Que la cachava no está
en el sitio que debiera!
Y ojean todas las matas,
y buscan y no la encuentran…
─¿Y por qué la habrán robado
si sabían de quién era?
─Si alguno se la ha llevado,
es porque estaba bien hecha…
No te duela ─dice al hijo─,
ni tampoco te dé pena,
que este verano te haré
otra mejor y más bella.

Y se pasó aquel verano
sin señales ni sin huellas
de la cachava de marras,
aunque sí hubiera sospechas.

L
os campos amanecían
con sus adornos de perlas
que el otoño regalaba
con la escarcha mañanera.
Hacia al  invierno los días
van poco a poco y en merma.
Los rebaños no se arrían,
pastan la jornada entera
y, aunque suban al Sestil,
pacen, pero no sestean.
Panza de burra es el cielo:
seguro, esta noche nieva…
Y el pueblo amanece blanco:
un grueso manto le vela.
Los hombres como son hombres
por las calles abren sendas;
los niños como son niños
con bolas de nieve juegan…
Los hombres como son hombres
en la cantina comentan;
a los niños por ser niños
gritos de madres les llegan…


Presumiendo de cachava
a la cantina se llega
un vecino a quien ninguno
nunca con cachava viera.
Es para no resbalar,
por si la nieve se hiela…
Y pasa de mano en mano
y alaban la hechura aquella,
y admiran el tacto fino
y la curva tan perfecta…
Mas alguien la reconoce
nada más tocarla y verla,
y solamente pregunta,
aunque sabe la respuesta:
─¿Y de qué palo salió
ese trozo de madera?
─Pues… de un ciruelo silvestre
del seto de la mi huerta…
Cada cual vuelve a lo suyo
y nada más se comenta.

C
uando aquel de la cachava
ha salido por la puerta
otro sale detrás de él
y en la calle le interpela:
─No quería que pasaras
el apuro y la vergüenza
de no poder explicar
esa cachava que llevas.
─¿Acaso, pastor, me das
lecciones sobre maderas?
─Yo no soy de dar lecciones,
y nunca lo pretendiera,
mas una cosa te digo
sin que te enfades ni ofendas:
esa cachava era mía
y fue por mis manos hecha.
─¡Pues es mía, y yo te juro…!
─Ni lo jures ni prometas…
No digo que la robaras,
ni te acuso tan siquiera.
En el alto del Sestil,
donde el rebaño sestea,
en unas matas de encina
de las pocas que allí quedan,
atada entre dos tocones
dejé la cachava fresca
para que cogiera forma
y bien ahormara la vuelta.
Yo quería recogerla
cuando ahormada ya estuviera.
─¿No será que te ha gustado
y quieres ser dueño de ella?
─Una cachava se suple
con otra cuando es bien hecha.
Entonces sí me dolió
y no porque la cogieras,
sino porque gustó a mi hijo
y sintió que se perdiera.
Otra le hice aquel verano
a su medida y más bella,
con la misma corvadura
y de la misma madera.
¡Y no es ciruelo silvestre,
sino fresno de fresneda!
─Pues te aseguro que es mía,
y mi inicial aquí lleva…
─No es tu inicial, es la mía,
y no es una eme esa letra…
La estás mirando al revés,
¡da a la cachava la vuelta!
Y la vuelta se la dio.
─Pues veo la misma letra…
─¡Fíjate bien en los rasgos:
es uve doble bien hecha
que marqué con una alambre
alba puesta en una hoguera.
Gira la cachava el hombre,
mira la izquierda y derecha,
mira hacia arriba y abajo,
mira a lo lejos y cerca,
mira al pastor, mira al suelo,
y siente como que tiembla…
Ha comprendido la historia,
quiere hablar y balbucea:
─Yo no sabía…que tuya…
ni de cualquier otro fuera…
Estaba como olvidada…
cual si perdida estuviera…
Tuya será, que no mía
y yo quiero devolverla…
Si tú quieres, te la compro:
me gustaría tenerla…
─Ni se te ocurra pensarlo:
no la hice para venta.
Te la regalo con gusto,
que no te acusen por ella.
Solo quería decirte
que fue por mis manos hecha
y que el estar en las tuyas
no es motivo de vergüenza.
Luce una buena cachava
orgulloso de tenerla.
Y esto que hemos hablado,
eterno secreto sea.


 Y
cada cual fue a su casa:

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