domingo, 5 de mayo de 2013

LEYENDA DE LA VIRGEN DE LA CALLE (Micieces de Ojeda)






LEYENDA DE LA VIRGEN DE LA CALLE
DE MICIECES DE OJEDA.
(JLR)


En el río Guadalete
(o laguna de la Janda)
el rey Rodrigo perdía
en una dura batalla
contra los moros su reino,
y así se perdía España.
En pocos años cayó
el reino entero en sus garras.
Los cristianos temerosos
de que el moro profanara
las imágenes de santos
que tenían por sagradas,
en los sitios más recónditos
como podían guardaban,
y, dejando todo, huían
hacia el norte, a las montañas.
Una imagen de la Virgen
en un pueblo veneraban:
algunos la recogieron
y, para mejor salvarla,
la disimulan con tino
como viga de una casa.
Y después, como los otros,
huyen hacia las montañas.
Pasaron años y siglos,
la reconquista avanzaba
y gentes nuevas se vienen
a repoblar la comarca.

En un pueblo que la historia
no dice como se llama,
se aposenta un panadero
con los de su caravana.
Apenas del pueblo antiguo
quedan restos de las casas:
los adobes son montones
de tierra roja embarrada;
las piedras, cantos rodados,
esparcidas se encontraban;
las maderas, carcomidas,
se pudren donde hubo casas;
y las zarzas y los cardos
crecen libres y hacen guardia
cobijando lagartijas,
culebras, sapos y ratas.

Pasados algunos meses
del suelo ya surgen casas,
y las primeras han sido
las que son más necesarias:
la iglesia, humilde y pequeña,
los talleres y la fragua
y el horno del panadero
a la vera de su casa.
Aprovechan lo que pueden
de todo lo que quedaba.
Y el panadero recoge
toda la madera mala
porque toda servirá
para calentar la hornada.

Todavía no se ve
ni rastro de la alborada.
Ya el panadero calienta
el horno, y la harina amasa,
que el pueblo quiere su pan
recién hecho en la mañana,
porque comida sin pan
ni es comida ni es nada.

Llovizna el amanecer
y la leña está mojada:
la coloca junto al horno
para que se seque y arda.
Leña fina echa primero,
luego maderos de casas
destruidas por el tiempo
y que están abandonadas.
Y trabaja sin descanso,
el sudor perla su cara,
atiza el fuego del horno
mientras fermenta la masa.
En el fuego va metiendo
la madera resecada:
chisporretean los troncos
con el calor de las llamas.
Siguiendo con su trabajo
pasa del horno a la masa,
que si no lo cuida bien,
se le perderá la hornada.
La madera está en su punto
para echarla ya a las llamas.
Con esfuerzo echa un madero
soltando malas palabras.
Y comienza a hacer el pan
de la masa fermentada.
Mas por la boca del horno
sale humareda a la sala.
Entre palabras mayores
y blasfemias soterradas,
remueve un poco el madero
para que el humo no salga.
Y el madero no se quema,
aunque el rescoldo lo tapa,
y el humo sigue saliendo
y va llenando la estancia.
Por más que le atiza y mueve,
da sólo el humo en ganancia:
la humareda que produce
sale ya por la ventana.
¡El pan va a salir ahumado
y va a perderse la hornada!

Por la línea del oriente
comienza ya a verse el alba
El horno no se calienta
y el humo llena la casa.
Coge con ira el madero
y hasta la calle lo arrastra.
- Si no sirve para fuego,
no servirá para nada,
dice para sí enfadado
y con palabras de rabia.
El madero está tan frío
como mañanera escarcha
y ha dejado de echar humo
como por arte de magia.
Soltado alguna blasfemia,
da el panadero la espalda.

- Porque a la calle me tiras,
así seré yo llamada.
El panadero que lo oye
vuelve asustado la cara:
a nadie ve por allí
que pueda decirle nada.
Mira al madero y le da
con desprecio una patada.
- A la calle me has tirado,
así seré yo llamada.

Las rojas nubes de oriente
el nuevo día proclaman.
El panadero, aturdido,
entra vacilante en casa.
Su mujer el desayuno
como siempre le prepara.
Y sus hijos, como siempre,
a esta hora se levantan,
que en el horno hay que ayudar
para sacar bien la hornada.
Más blanco está que la harina
que hace no mucho amasara,
y temblando cual los juncos
que en el río mueve el agua.

- Pero, por Dios, mi marido,
¿qué te ocurre, qué te pasa?
Y apenas puede con signos
y con muy pocas palabras
decirles que hay un madero...,
que en el horno no quemaba...,
que lo ha tirado a la calle...
y que en la calle le hablaba…
Y la mujer y los hijos
van corriendo a ver qué pasa.
Ven el madero en la calle
con unas formas extrañas.
- Llamad al cura deprisa,
pues aquí algo raro pasa.

Cuando llega el sacerdote,
la gente ya está enterada.
El cura manda quitar
de aquel madero la capa
de yeso, cal y pintura
que desfigura su traza.
Poco a poco y con cuidado
la madera fue limpiada
y una imagen de la Virgen
aparece bien tallada
en el madero que al horno
el panadero arrojara.
 - ¡Es la Virgen, nuestra Madre,
 la que antiguos ocultaran...!
- ¡Será bruto el panadero...!
- ¡Mira que querer quemarla...!
- ¡Que yo no sabía qué era,
que no quería quemarla...!,
repetía el panadero
mientras lloraba y lloraba.

- ¿Y cómo la llamaremos?,
es la pregunta obligada.
-“De la Calle”, que a mi esposo
dijo que así la llamaran.
-¡Pues que venga todo el pueblo,
que lo llame la campana…!
¡Hay que llevar a la Virgen
en procesión a su casa! 

Y al anochecer del día
la procesión se iniciaba:
hogueras, velas y teas
alumbran toda la marcha;
de eneas, juncos y  flores
está la calle alfombrada;
canta la gente a su Virgen
los cantos que siempre canta,
y repica sin cesar
en la iglesia la campana…

Y en la iglesia, que es ermita,
colocan la imagen santa
en lugar de preferencia
cual titular de la casa.

¡Ya tiene el pueblo su Virgen
y “De la Calle” la llaman!



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Himno a Micieces de Ojeda